Ayer llegamos al Stracta Hotel con la intención de irnos directamente a la cama, pero al ver que había piscinas termales exteriores cambiamos rápidamente de idea. No podíamos no probarlo, además fue una buena forma de pasar página de todo lo que había sucedido. 38°C bajo la lluvia helada de noche, una experiencia más que recomendable.
Hoy ha sonado el despertador varias veces, costaba salir de debajo el nórdico. Desayunamos en la habitación lo que habíamos comprado para comer en la etapa: sopa caliente de tomate, queso en aceite, longaniza y pan bimbo con nocilla.
Cargamos todo en el coche, con cuidado de que nada toque las bicis «más de la cuenta» y nos incorporamos a la N1, la carretera que da la vuelta a la isla y empezamos a comprobar eso de que no es tan «bike friendly», como ya habíamos leído en varios foros: sin arcén y el margen lateral super mal asfaltado. Qué fácil se hacen los km desde el coche!
A lo lejos se divisa una montaña con una cascada. «Si hay un desvío a la izquierda, métete» Se trata de Seljandfoss, la cascada en la que puedes caminar justo por detrás de la cortina de agua, quedando empapado, eso sí.

Pensaba que mi rodilla había mejorado un poco con todo el calor de la noche, pero al subir las primeras escaleras para ir detras de la cortina vuelvo a ver las estrellas de dolor.

Salimos empapados solo de rodear la cascada, es curioso que justo a 200m haya una zona de camping.
Seguimos hacia la próxima cascada, la de Skogafoss. Esta impresiona porque es una caída limpia de 65m a la que te puedes acercas casi al filo del agua.
David sube los 517 escalones que hay hasta el mirador superior, yo ya ni lo intento porque sé que voy a rebentarme más, así que lo espero abajo. Aquí también hay un camping y un café, en el que aprovechamos para calentar el cuerpo con un chocolate caliente y un trozo de cheesecarrot cake.
Sabemos que hay un avión accidentado en la playa cerca y vamos en su busca. Para llegar hace falta meterse campo a través por una pista muy pedregosa que lleva casi a la orilla de la playa. Hay que llegar hasta el final para encontrarlo pero es genial.
De allí a la playa de arena negra de Vyk Hace mucho viento y llueve, pero no dejamos de subir al faro, en busca de alguna colonia de frailecillos, aunque creemos que los pobres bichos se han escondido por tanto viento.
Recomendación a futuros cicloturistas: el tramo final de la playa a Vik tiene largas rampas de 10-12%.
En Vik recargamos gasolina (y logramos coger algo de wifi del bus público mientras está parado a nuestro lado). Este último tramo hasta Jökulsarlon lo íbamos a hacer en bus y no noa hubieramos equivocado, pues la carretera pasa por enmedio de la NADA durante 100km, con constantes subidas y bajadas y sin nada interesante hasta Skaftafell dónde ya la lengua del glaciar llega hasta la carretera.
Nos desvíamos para ver el glaciar, que implica 2km de pista bacheada. Pero vale realmente la pena, ver toda esa masa de hielo compactado impresiona ynos hace ver lo pequeños que somos en realidad.
Nos queda poco ya para Jökulsarlon. Lástima que está nublado, pues las montañas heladas van paralelas a la carretera.
Poco antes de llegar aparece un desvío hacia su hermano pequeño. Aquí ya hay icebergs flotando!
Y por fin, un par de km más adelante, llegamos a EL glaciar. El puente blanco que tantas veces habíamos visto en las fotos nos da la bienvenida a uno de los lugares más espectaculares que he visto nunca, el glaciar Jökulsarlon.
Enormes bloques de hielo azul flotan tranquilamente, mientras pequeños trozos viajan a la deriva hacia el mar, dónde se van acumulando en una playa de fina arena negra como si fuera la mercancía de un artesano del cristal.
Al otro lado de la carretera, hacia el interior, hay el centro de visitantes desde el cual se organizan excursiones en barco-amfibio.
El hielo azul nos rodea y se expande hasta dónde alcanza la vista. Pese a ser uno de los lugares más fotografiados de la isla, no hay mucha gente y sólo se respira tranquilidad.

Dos focas asoman la cabeza entre los grandes bloques de hielo.
Empieza a caer la luz y buscamos un sitio dónde aparcar. Sí aparcar, como el coche no entraba ni por asomo en nuestros planes iniciales, hay que compensar durmiendo dentro del coche, pues la tienda de emergencia ya demostró ser sólo para eso, emergencias! Así que en un llano cerca del glaciar pero lo suficientemente lejos para estar seguros en caso de inundación aparcamos el coche. Sintiéndolo mucho, las bicis pasarán la noche al raso. Las sacamos con cuidado del maletero, las atamos entre ellas por el cuadro y las dejamos justo delante del coche. No intenten hacer esto en su país de orígen, pueden quedarse sin bici en menos de lo que hinchan la colchoneta!!!
Recolocamos todo en los asientos delanteros y nos disponemos a cenar sopa caliente, calentando agua con mi flamante cabezal de Campingaz nuevo y el bidoncito de gas que cogimos el primer día. «Jolín esto no rosca, no entra!» Esto «este cabezal Campingaz sólo puede ser utilizado con los bidones modelo X,Y,Z» Fantástico! Acabaré pensando que lo de la rodilla ha sido una señal de nuestro angel de la guardia, pues si después de una dura etapa por la N1 con la recompensa en mente de una sopa calentita nos encontramos que el invento no funciona, igual nos morimos!!!
Visto el panorama, apañamos dentro el coche la mejor cena posible, propia de un roadtrip que se precie: pan bimbo (que no falte!), salchichón, doritos, queso feta en aceite, bimbo con nocilla y plátano seco (bautizado como banana split sin nata) y macedonia de frutas en almíbar.
Con el estómago lleno es más fácil planear la ruta de mañana, barajando con el mapa delante todas las posibilidades que tenemos, que son ir hacia el noreste o o deshacer camino para llegar al inicio de la pista forestal F26 que cruza de sur a norte la isla. Decidimos hacerla de bajada, por lo que mañana vamos hacia el este cuando suenen las alarmas y reorganicemos todo.
Ahora sólo queda armarnos de capas, hinchar las colchonetas… y dormir.